En estos últimos días, las topadoras derrumbaron la vieja edificación donde funcionó por años «El Gato Negro». Se dijo que en ese predio, se montará un esquema metalúrgico.
Pero es bueno saber que con las ruinas de este edificio, se fue una parte de la historia de Sampacho ya que por aquellos años no era para los muchachos especialmente, tan sencillo descargar sus energías y…pesito que se conseguía se guardaba para lo que ustedes se imaginan.
Hoy todo cambió y por esa sencilla razón, tal como lo pidieron algunos trabajadores cercanos, «El Gato…» fue una parte de las vidas de muchos.
Se trataba de la más famosa de las whiskerías de gran parte del sur provincial. Allí, a la vera de la ruta kilómetro 651 allá por 1968 aproximadamente se produjo su apertura y permaneció en su lugar una década y media.
Al enterarse, varias señoras apegas a la parroquia se escandalizaron y se persignaron no sin antes dar cuenta de este -para ellas-inoportuno desembarco, al párroco de entonces el Padre Oscar.
Algunas de ellas picadas por la curiosidad y sin que sus maridos se enteren, más de una vez un viernes a la noche se apostaban camoufladas en un auto al frente de la ruta para ver quien llegaba o se retiraba. Pero eso fue en los comienzos. Después «El Gato Negro» pasó a formar parte del paisaje cotidiano y popular. Dos por tres las chicas se sometían a revisiones médicas en la llamada «Sala de Primeros Auxilios» (Hoy Hospital «Juan B. Medeot».
Una luz roja bajo el alero, un tocadiscos Whinco que giraba y giraba sin parar desde las 20 aproximadamente hasta el otro día con cumbias del «Cuarteto Imperial», «Los Wawancó» y algunos que otros románticos para bailar un rato a eso de las 4 y pico, la penumbra del local, mucho humo de cigarrillo, y hasta poder bailar con las coperas sin más que eso: bailar.
«Entre bambalinas» estaban esas experiencias ocultas de sexo al que para acceder había que pagar. El pasillo detrás del mostrador era introducirse en el misterio de entrar en «la pieza».
Quien estaba tras el mostrador para la atención de los visitantes era «Neneca» Una mujer de impecables botas blancas, polleras cortitas y que guardaba vestigios de una gran belleza.
Dueña de una seriedad que rara vez rompía con una leve sonrisa, «Neneca» atendía a los clientes con el mayor respeto y los hacía sentir como los más importantes del mundo.
Los hombres de entonces no ocultaban ser asiduos concurrentes al «Gato». Por el contrario, toda reunión, asado de amigos, alguna disertación de una figura prominente terminaban allí porque era un clásico ir a beber algo y nada más.
«El Gato Negro» vino a cumplir lo que para muchos fue una necesidad. Graficando un poco esas carencias los jóvenes de mediados de los años 60 si querían algo de diversión de contenido erótico, debían viajar a Villa Mercedes. Para ello se organizaban verdaderos tours a la ciudad villa mercedina.
Los menores de 18 años tanto en Sampacho como en otros lados, no tenían acceso a ese lugar y ni siquiera insistir porque seguro alguien avisaba a la policía.
Hubo mujeres para recordar en su paso por «El Gato». Entre ellas «La Chilena» un personaje de Río Cuarto que sus últimos días los pasó en este lugar antes de partir al mundo de los recuerdos.
Estaba «La Tucumana» Mabel R. de las cuales varios se enamoraron de su simpatía y su sonrisa. La lista sería larga y seguro alguien recordará que hasta los grupos musicales que venían de actuar en la zona de Villa Mercedes, tenían una parada casi obligada en la whiskería.
Hoy, todo es pasado para mirar de reojo. Seguramente muchos recordarán la adrenalina de las primeras visitas a este edificio y la compañía de muchos amigos que ya no están.
¿Anécdotas? Miles. Pero vaya el recuerdo a quienes pasaron por ese lugar. A Juan Z. su propietario, Neneca, las chicas a las que jamás se las oyó quejarse de ser víctimas de trata o algo así, los parroquianos y todos aquellos que en cierta medida disfrutaron de la travesura de un whisky con sabor a prohibido y un pucho con una marca de rouge en el filtro.
«Y esto es historia? podrá preguntarse usted. Si mi amigo. Lo es porque para concurrir a ese lugar, jamás hubo distinción de clases sociales. Y El Gato cumplió con su misión sin perjudicar a nadie.