El órgano «Balbiani de Sampacho: para mimar y querer
Hace pocos días se recordó un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad del padre Juan Cinotto quien por espacio de más de cuatr décadas fuera párroco de Sampachoy creador de esa m´stica llamada La Consolata. De allí la necesidad de reverdecer este encuentro.
Juan Mauricio Cinotto era párroco de Sampacho en la primera década del siglo XX cuando comenzó a soñar con un órgano celestial para la iglesia de la localidad. Siendo muy joven y antes de emprender viaje a Sudamérica ya había visto en Milán y Torino como las grandes celebraciones litúrgicas tenían un encanto especial. Órgano y coro, “música de Dios” decía. Antes de concluir la segunda década que comenzó a desarrollar su idea de comprar un órgano para este pueblo del sur cordobés y obsequiarlo para la posteridad.
En su búsqueda incansable de obtener lo mejor para su parroquia, se contactó con un sacerdote que prestaba servicios en una de las parroquias de Milán. En ese templo religioso había un órgano de tubos de la fábrica “Balbiani”: Estos instrumentos eran de lo mejor de Italia por su dulzura y porque la fábrica estaba allí precisamente.
Cinotto logra el contacto con la fábrica “Balbiani” y acuerda la compra de uno de esos instrumentos.
“Reverendisimo Padre Joannes Cinotto. Hay en disponibilidad un órgano de mil y más tubos perfectamente portable en barco para enviar a la Argentina”, le expresaron en aquellas cartas de información.
Cinoto no lo pensó mucho. Ya contaba con gran parte del dinero para acordar la compra. Debió hacer construir un altillo-coro en la parte delantera del templo para acomodar el órgano que había adquirido. Sólo bastaba esperar que llegue a la Argentina previo pago del mismo.
Hasta que el ansiado día llegó por fin. Si todo se terminaba a tiempo, se podría estrenar en plena novena de La Consolata que ya apuntaba a convertirse en la patrona del pueblo dado que la devoción era muy fuerte.
En grandes cajones llegó el instrumento. Lo que a Cinotto le llamó la atención, eran dos trozos de roca. Una de ellas de un peso de 110 kilos; Tenía una cruz grabada similar a las de alguna tumba. La otra roca pesaba cerca de 98 kilos.
“Es para el contrapeso de los fuelles, para que tenga fuerza y potencia de sonido”, explicó el técnico que lo instaló ya que el órgano venía desarmado en gran parte.
La cartografía de presentación daba cuenta de 1.227 tubos, dos filas de teclados superiores, una pedalera inferior, 80 registros que iban a convertirse en unos 100 sonidos distintos desde el más agudo hasta el bajo más grande en tubo de 12 centímetros de diámetro. Contaba ademas con pedaleras de transporte a la que había que accionar con presteza para los cambios de sonido.
“Es inmenso”, dijo Cinotto exultante cuando el órgano estuvo armado. Siete metros de alto, siete metros de largo y más de dos metros de ancho. ¡¡Fabuloso!!.
Un concierto inolvidable
El padre Juan, contrató a los sacerdotes Buenaventura Canós y Eduado Gasparrini para dar el concierto inaugural el viernes 13 de junio de 1930. La iglesia llena, incienso y agua bendita para la consagración de esa joya musical, emblema del hoy santuario de La Consolata. La gran concurrencia expectante para escuchar a uno de los órganos más grandes del mundo.
Y así de las manos maravillosas de los ejecutantes, surgieron melodías celestiales. La Tocata y Fuga en Do menor, el concierto para órgano de Bach, el Largo y el Hallelujah de Hendell para concluir con el Ave María de Schubert. Los óboes y trémolos, las trompetas y flautas, los bajos poderosos que hacían estremecer el piso, la aguja de intensidad subía y bajaba alegremente. El concierto era una fiesta; la caja de expresión dando más dulzura a un Kyrie la turbina generadora hecha en madera y los tubos que respiraban la “música de Dios”, tal como lo definía el padre Juan, formaron parte de una multiplicidad de sonidos tan bellos y melodiosos nunca escuchados en Sampacho.
Dicen que los fieles lloraron por tanta emoción. Indudablemente que los maestros organistas disfrutaron interpretar melodías universales de esa maravilla. Y quedó para el recuerdo que aún perduran a pesar del paso de los años, las palabras del padre Buenaventura Canós.
“Este es un instrumento al que hay que quererlo y mimarlo”.
Cuánta razón. Cuánta razón…!
Dedicado al maestro que me enseñó los primeros pasos frente a esta maravilla don Francisco Bridarolli.
Mingo Amaya