«Se cierra el portón»
Una toalla pura cuelga del costado de la red. Impoluta. Parece planchada por la más cariñosa abuela. Hasta tiene perfume de bebé. Y está ahí, en un rincón, sola, parece en penitencia. A unos metros, una botella de agua mineral fría que ayude a apagar el calor del verano y el vértigo de la contienda.
Unos tres palos de hierro le sirven de trinchera, casa, nido, escudo y algo más. Él conoce el material, le es familiar, aunque acá no hay máscara. Acá, él es su propia armadura esperando solo el ataque rival.
Se defiende de los que tiene enfrente y de aquellos que atrás del alambrado le gritan por el único motivo de tener otros colores.
Está solo como el número que tiene pintado en su espalda. Un náufrago en una isla desierta llamada área chica, con sol y sin palmera. No es fácil la vida del arquero. Pero si todavía subsisten tampoco será un calvario.
Yo conozco a un portero. Se llama Alejandro Milloch. Antes del ponerse el buzo y los guantes le ganó un bravo partido a unos kilos rebeldes. Afinó su figura y de a poco le entregaron el título de propiedad del arco del Club Atlético Sampacho. Tiene apenas 30 años, seguramente, le quedarían algunas revolcadas más en las canchas de la región pero el laburo y responsabilidades de la edad hicieron que tome esta decisión.
Además de jugar en «el» Atlético, también defendió el pórtico de Juventud Unida de Río Cuarto donde adquirió experiencia para luego volver a su primer gran amor.
Hoy, se despide. Se baja la persiana. Se cierra el «Portón». Ante Acción Juvenil de General Deheza será su último partido. Tipo de pocas aunque claras palabras ante la prensa. Tranquilo, paciente. Cualidades que lo pintan como deportista y persona.Y mire que hay que ser tranquilo cuando se es una persona que queda en la historia.
Aquellos penales atajados a Ten López y, esencialmente, el que le tapó al volante de Ateneo Vecinos, Diego Vargas, lo pusieron en la placa imborrable de los hinchas «milrayitas». Porque fue el trampolín para zambullirse en las dulces aguas de la victoria, y ser campeón. Por primera vez. Inolvidable. Para el cuadro. La repisa. La historia.»Colo», «Ale», el fútbol lo bautizó como «el Portón» hoy dice adiós. Satisfacción para su mamá y orgullo para su padre, gran jugador. Será difícil esta noche pero en algún momento el árbitro pitará el final. Desde la tribunas, bajarán aplausos interminables. Sus compañeros de equipo, sin importar el resultado, irán a buscarlo para que la despedida no sea tan dura. Lo abrazarán como él apretaba a la pelota entre sus gigantes manos. Y llegará ese instante. Irá caminando hacia su casa de techo de piolas que todos los domingos lo cobijó.
Llegará hasta el rincón donde estará esa blanca toalla. La tomará entre sus manos, se secará el sudor y algunas lágrimas que marcarán el final de una etapa, aunque sabemos que para siempre se quedará en la historia de nuestro fútbol.
Mariano Chejovich