Esta historia no ha sido difundida. Ocurrió en mediados de 1965. Un grupo de muchachos sampachenses amantes del automovilismo compraron un Fort T de carreras e a una familia de Alcira Gigena y lo llevaron a Sampacho para prepararlo y correr. Ya estaba en formación la Peña Automovilística de Coronel Moldes para Ford T 27 y Chevrolet 28.
Era llamativo el estado muy original del auto adaptado para competencias. Ruedas 16″ de rayos de alambre, elásticos originales, motor «tocado» a un 50% de preparación. ¿El detalle? Y…tenía un despeje del suelo de más de 40 centímetros. Pero que estaba bueno, lo estaba.
En el antiguo taller de calle San Martín estaban Pachacho y Cacho Tibaldi, Lalo Rodríguez, el Flaco Luis Salamonini, don Carlos Fedalto, don Pedro Trimborn, don Pepe Rodríguez, Vidal Quiroga y yo Mingo Amaya con apenas 14 años recién cumplidos.
Sábado a la tarde trabajando en ese Fort T bi-plaza para competir en la Peña Automovilística de Coronel Moldes Limitadas del 27. Ah…estaba permitido correr con acompañante.
Estábamos en pleno trabajo cuando de repente llegó un señor muy conocido por nosotros (no se como se enteró).
Ingresó al taller nada menos que Eduardo «Tuky» Casa. La tarea se suspendió de inmediato para agasajar al recién llegado y allí surgieron los primeros consejos. «Muchachos, este auto es muy alto, hay que bajarlo», fue lo primero que dijo. Sugirió además quitar peso porque el auto pesaba como 2.000 kilos.
Y a trabajar pensando en cómo reformar los elásticos para bajarlo al menos 30 o 40 centímetros, sacar hierros agujereando el eje, cortar lo que estaba demás, sin debilitar la estructura, etcétera….
Y así en medio de anécdotas, cuando ya era nochecita llegó el padre Oscar Luque Llamosas con una sotana tipo guardapolvo de color marrón claro a quien le gustaban los autos, «para bendecir el auto y que proteja a quienes compitan con él».
Las estriadas y llaves tubo se dejaron de lado, la autógena quedó con su manguera enrrollada y ya mismo, Pachacho sacó su acordeón, yo canté un par de tangos y armamos un lindo momento, alguien prendió fuego, comimos un par de pollos con Eduardo y el resto de los muchachos.



Nos quedó una hermosa sensación que se acentuó más cuando a los pocos meses Eduardo «Tuqui» Casá con aquel inolvidable “Tractor” ganó el Gran Premio al final del año.
De allí pudimos sacar como experiencia que el automovilismo artesanal, también nos permite revivir un poco a los tirones este tipo de anécdota. Y recordar con una sonrisa a muchos de aquel equipo que ya no están más, pero que forman un gratísimo recuerdo.