Por Oscar Chima Ceballos

Su estampa es fantasmal, tiene el espinazo doblado, barba blanca, un traje raído, en un portafolio lleva las baratijas que vende para sobrevivir y se hospeda en una pensión barata de Avenida de Mayo. Su andar hunde sus pisadas en el aire, regresa desde el olvido o desde donde le arrinconaron su coraje cívico, su conducta.

El peatón es Elpidio González, fue vicepresidente, diputado, ministro, por honor renunció a la jubilación de privilegios, concedida para esos cargos. Se apoya en un bastón y cogotea como un tero para cruzar la calle, de pronto lo embiste un yate. Su tripulación guadaña en mano, chorrea desesperanzas ajenas, han degollado ilusiones y afilado el metal en la piedra basal de la mentira. El cuerpo de Elpidio vuela por los aires y en la llovizna colorida de las anilinas imprime su carta al presidente Marcelino Ortiz “cúmpleme dejar constancia al señor presidente, jefe Supremo de la Nación … de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha ley”, promulgada el 6 de octubre de 1938.

En los tiempos de Semana Trágica tiempos González fue jefe de Policía, unos dicen que tuvo una iniciativa conciliatoria y de mediación con los huelguistas que ocupaban los talleres metalúrgicos Vasena en enero de 1919. Otros afirman que el responsable de la represión fue general Luis Dellepiane miembro de la Liga Patriótica de Rivanera Carlés.

Hoy la dirigencia política ostentosa e impúdica, es moneda corriente: la austeridad es expulsada a zonas desérticas, con un paquete de papas fritas y sin la botellita de agua. De ahí como un manantial, emerge Elpidio González: un hombre de a pie.

Elpidio murió en la pobreza el 18 de octubre de 1951, a las 4.25 en el Hospital Italiano, donde permaneció convaleciente seis meses, una forma de disimular su indigencia, por no tener donde vivir.

Los yates perforan el mapa y destraman la bandera. Con unas hebras flameantes el poeta Arturo Capdevila escribe en el telar del viento Elpidio González fue “Monje de la vida política”, que si no ingresó a un monasterio fue porque se brindó “a la sagrada causa del pueblo”.