Siempre digo que a los animales hay que recordarlos con cariño. En esta historia voy a regresar al tiempo de las enfardadas, allá por 1961. La cuestión fue así. Dada la preocupante situación económica en mi casa, con mis 11 años a cuesta me sumé a la cuadrilla de Ernesto Peruchini como cortador de alambres de fardo. Por lo tanto iniciaba la campaña de los fardos desde octubre hasta febrero y luego a la escuela.
A los muchachos los conocía a todos. Aldo Palacios, Carlitos Peralta, Julio López, el cocinero Pochín Olguín, el Chileno Juan, otro muchacho Vilchez y demás. Y el único un año mayor que yo Oscar Nicasio «Cacho» Olguín. Bien: hecha la introducción paso a relatarles que de acá cerca, de un campo entre Sampacho y Suco levantamos campamento y nos trasladamos al sur de Justo Daract donde llegamos de noche. Y allí la conocí a «La Chela». Una yegua zaina muy trotadora. Bonita como pocas, se trotó desde ese campo hasta allá sin problemas. ¡Que noble animal!
Ya instalados en ese campo lejos de todo a trabajar. Y a las 5 de la tarde todos los días con Cacho Olguín dejábamos la máquina de cortar y en el sulky con «La Chela» íbamos a llevar el mate cocido a los compañeros con las inigualables galletas de campo que Ernesto compraba en Justo Daract. Ese ritual por largo tiempo mientras duró la campaña. ¡11 años tenía yo!!, la frescura de la alfalfa recién cortada, ese aroma inconfundible a campo y «La Chela» trotando alegremente mientras que regresábamos al campamento a puro trote entre las hileras cantando con «Cacho».
Vida de purrete junto a hombres curtidos. Y ese animal al que llamábamos y venía como que era nuestra amiga. Claro que era sacrificio, pero aprendimos a vivir y a hacernos hombres aunque éramos niños. Vaya a saber que fue de esa yegua zaina tan esplendorosa. Seguro debe estar en el cielo de los animales supongo. Si hasta me imagino una tarde trote y trote con «La Chela».