Tiempos lejanos donde hasta para sacar agua se hacían sacrificios. Una historia de lugares cercanos a Achiras ideal para sacar una sonrisa en el recuerdo.

Harto de sacar agua del pozo con un noque de cuero para 20 vacas, 10 ovejas, 5 caballos y el consumo familiar, Gregorio Peralta, vecino del Cerro Áspero decidió instalar un malacate en su aguada para liberarse de tan esclavizante ocupación.

El rústico y anhelado artefacto destinado al ahorro de muchos sudores e intemperies, no tenía nada de extraordinario ya que era un simple réplica de una noria o sea un vástago largo con extremo apoyado en una rueda vertical y el otro conectado a un mecanismo que accionaba una bomba aspirante e impelente. En cuanto a la fuerza motriz estaba a cargo de un equino inferior, entiéndase caballejo mula o macho que tiraba del eje con dos ojos tapados haciendo girar la rueda en una trayectoria circular.

En eso de la categoría del animal, Gregorio estaba muy de acuerdo porque consideraba una infamia imperdonable condenar a un caballo de dominguear o a un parejero de cuadreras como eran los suyos, al trabajo humillante de dar vueltas estúpidamente durante horas alrededor del pozo.

Fue por esta razón que buscó en la zona un animalucho con las condiciones requeridas y se sintió muy complacido cuando encontró una mula zaina, mentada por incansable que adquirió sin regatear por una bagatela.

Oh…un velorio

El día que estrenó su flamante artefacto, fue casi un acontecimiento familiar. Pero no llevaba dos horas de funcionamiento cuando llegó un vecino consternado para comunicarle que su compadre Clodomiro, acaba de fallecer a causa de un paro cardiorrespiratorio.

Sacudido por la imprevista noticia, ató dos caballos a la jardinera, cargó la mujer, sus hijos y un cordero gordo para proveer las necesidades del velorio y partió al trote largo para la casa de su compadre que distaba  como cinco leguas de su chacra.

Tal vez la súbita desgracia o la falta de costumbre hicieron que recién cuando iba llegando a su destino se acordara que no había desatado la mula del malacate.

Volvió dos días después porque el velorio fue largo, largo el camino del cementerio y más largo el duelo y las lamentaciones de los deudos a los que hubo que dedicarles un tiempo razonable para pésames y consuelos.

Retorno y …vaya sorpresa!

Volvió una tarde espléndida bajo un cielo infinitamente azul por el cual no cruzaba la más diminuta nubecita. Varios meses de sequía  habían borrado el recuerdo de las nubes no solo en el firmamento, sino hasta en la memoria de los colonos.

A medida que avanzaba, el paisaje ganaba en familiaridad. Aquí los álamos de Rivarola, allá la tranquera de Ceballos y al fondo de las lomadas que encerraban el pequeño valle,  se levantaba su rancho.

Cuando al cabo de un rato la jardinera alcanzó el filo de la elevación mencionada, Gregorio Peralta tiró las riendas para dar un resuello a la fatigada yunta y se quedó pasmado ante un cuadro apocalíptico: la hondonada que servía de asiento a su morada había desaparecido por completo cubierta por una laguna inmensa de cuyas quietas aguas emergía la techura del rancho, las puntas de los postes del alambrado y las copas de tres o cuatro sauces raquíticos.

Desconcertado permaneció un tiempo largo contemplando el fenómeno sin hallar explicación racional a ese diluvio sin lluvias ni tormentas.

¿Incansable?

Finalmente espoleado por una curiosidad creciente, animó a los caballos, avanzando cautelosamente por algunas crestas semicubiertas de la depresión hasta colocarse en un punto más próximo a su morada,

Ahí se detuvo nuevamente y tras una minuciosa y prolija observación del panorama, descubrió en las cercanías del lugar donde debió estar el pozo, dos pequeñas sombras de forma lanceolada que asomaban en la superficie bruñida de la masa líquida y giraban lentamente dejando una estela circular.

Poco le costó a Gregorio deducir que las dos puntas de lanza que sobresalían de la laguna eran las orejas de la mula que seguía haciendo dar vueltas al malacate y fiel a su probada condición de incansable, había provocado esa colosa inundación.

Por Miguel Ángel Gutiérrez de libro Aguafuerte Serrana

Recordado historiador, escritor y poeta de Achiras