A fines de enero de 1982 Miguel Ángel Hippermayer (5 de mayo de 1941) llegó a Sampacho para continuar la obra evangelizadora que inició el inolvidable cura turinés Juan Mauricio Cinotto,  el padre de la advocación a La Consolata en este lugar del sur de Córdoba.

Así, durante 31 años, se constituyó en el conductor de los destinos pastorales de una localidad cordobesa plenamente identificada por entonces con el espíritu de la fe. Su sacrificio, su labor y su permanencia no han sido en vano.

Durante la gestión del doctor Guillermo Oliva, fue distinguido como «Primer Ciudadano Ilustre» de Sampacho.

Un 12 de octubre de 1968, el obispo Moisés Julio Blanchoud impartía el Orden Sagrado a Miguel Ángel Hippermayer, un joven seminarista oriundo de la zona rural de Reducción.

“Me ordené en la parroquia de Fátima de Río Cuarto que era mi barrio por ese entonces”, recuerda el sacerdote. El primer destino lo tuvo precisamente en Sampacho como vicario de Oscar Luque Llamosas. Luego fue trasladado a la parroquia Nuestra Señora de la Merced de La Carlota siendo párroco por entonces Adolfo Tardío ya fallecido. Seguidamente pasó a ser vicario en la parroquia San Martín de Porres que en ese tiempo estaba bajo la conducción del también extinto presbítero Horacio Rafael Arias. Por último se desempeñó como vicario de la iglesia catedral que contaba con Julio Lorenzo Estrada como párroco.

Alternó sus funciones pastorales como secretario canciller del recordado prelado Moisés Julio Blanchoud (posteriormente arzobispo de Salta) y capellán de la Unidad de Encausados Nº6 de la ciudad de Río Cuarto

El sábado 30 de enero de 1982 arribó a Sampacho para tomar los hilos de la conducción del Santuario, un lugar muy especial al que muchos presbíteros hubieran querido ir.

La misión de Miguel Ángel Hippermayer era reemplazar al presbítero Horacio Rafael Arias quien a su vez pasaba a ser parte del equipo de formadores del Seminario de Río Cuarto bajo la advocación de Jesús Buen Pastor reabierto en ese tiempo.

Una parte de la grey católica local, consideraba que no era propicio el cambio de párroco en virtud que el padre Horacio Rafael Arias, había realizado una gran labor principalmente con los jóvenes y la multiplicidad de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Siempre que se producen los reemplazos de sacerdotes destacados, la comunidad siente el rigor de los cambios y eso fue lo que se pensó cuando Miguel Hippermayer estampaba su firma en el acta de asunción frente al obispo.

En su homilía de aquella tarde calurosa expresó: “Aquí están mis manos dispuestas a trabajar por esta comunidad”, fue ésta la primera frase de las muchas que iba a pronunciar desde ese sitio en el ambón, durante nada menos que 31 años.

Generador de obras donde la iglesia fue un factor preponderante, la función de Miguel Hipermayer es quizás la soñada por muchos curas párrocos que sin proponérselo, se ganaron el corazón de la gente en base a la amabilidad, la simpleza, a la hospitalidad y mucho trabajo organizado en equipo.

En la iglesia de Sampacho, Hipermayer comenzó desde ese día de 1982 despacio, pero sin pausas,  una labor de organización interna que después con el paso del tiempo, fue el modelo a seguir en muchas parroquias de la Diócesis.

El padre Miguel hizo que el santuario fuera “la casa de todos”, a tal punto que cientos de expresiones de fervor (algunas de ellas memorables), mucha alegría y hasta logros deportivos, se realizaran en ese lugar.

“Nosotros los sacerdotes tenemos que estar al servicio del pueblo, no que nos sirvamos del pueblo, porque ante todo somos instrumentos de Dios”, expresa con total espontaneidad.

Su amor por la música

Alternó su función sacerdotal con la docencia siendo profesor de música y por varios años dirigió el Coro La Consolata en sus inicios como agrupación vocal. Esta labor le permitió organizar gran cantidad de eventos emparentados con la expresión coral, de agrupaciones instrumentales y de coreografías de índole formativo que tuvieron lugar en Sampacho bajo el patrocinio de la parroquia local.

Hasta la fecha, muchos añoran esas novenas de La Consolata en que el frío de junio se transformaba en tibieza de veneración hacia la patrona del pueblo.

Fiel admirador de la obra cultural que deja la iglesia en muchos lugares, se sintió orgulloso de conducir los destinos del Santuario de Sampacho, el que por otra parte, es uno de los más poblados en obras de arte hasta la actualidad.

Ya en sus últimos tiempos como párroco, le tocó formar parte del equipo de Bienes Culturales de la Diócesis de la Villa de la Concepción del Río Cuarto, creados bajo la tutela del obispo Eduardo Eliseo Martín. El objetivo de esa agrupación fue de realizar un gigantesco inventario diocesano. Implicó recorrer una por una las 52 parroquias diseminadas en 8 decanatos, más un número no precisado de capillas cada una también con sus tesoros individuales.

 “En Sampacho pasé los mejores años de mi vida. Todo es inolvidable. Hemos trabajado mucho junto a toda la gente que pasó por mi parroquia”, dijo con nostalgias.

Miguel Ángel Hippermayer no  ha sido un sacerdote más. Desde aquel lejano 27 de enero de 1982 en que vino a Sampacho por segunda vez, pensó que la iglesia sin música era casi un imposible. Su primera gran empresa fue restaurar el órgano Balbiani de 1.227 tubos que jamás había sido tocado en sus delicados componentes.
Fue el técnico restaurador y afinador Andrés Rademacker de Córdoba junto a su hijo,  quienes le devolvieron al querido órgano italiano, la delicadeza de sus voces y el esplendor como cuando lo compró y donó al pueblo don Juan Mauricio Cinotto allá por 1930.
El concertista de Córdoba Juan Antonio Paredes fue quien tuvo a su cargo la hermosa misión de sacarle los más variados sonidos con obras de Bach, Mozart, Strauss y el mismo Beethoven. Ese concierto realizado en la lluviosa y fría noche del 19 de junio de 1982 ante la presencia del obispo diocesano Moisés Julio Blanchoud, marcó el inicio de la obra que el querido Padre Miguel hizo junto a la iglesia y por el maravilloso arte de combinar los sonidos.
“La iglesia tiene su propia música que es muy bella, la música de la iglesia es la voz de Dios,  por eso muchas veces se abusa de ciertos estilos casi agresivos y sin calidad en el ámbito religioso, al igual que otros instrumentos que no son aptos”.
Sus palabras no cayeron en vano. Alimentó el gusto y la preferencia por los conciertos de música clásica con las que se alegraron decenas de novenas, de encuentros corales y conciertos de todo tipo.
“Nuestro santuario se presta para oír buena música; su acústica es perfecta y siempre es bueno que los compases musicales se eleven al Cielo”.

Y así desfilaron por la nave central varias agrupaciones corales de una amplia región y el extranjero. Entre ellos apelando a la memoria, recordamos al Coro “Domingo Zípoli” de Córdoba, el “Delfino Quiricci” de Río Cuarto, el Coro del Colegio La Merced, los Coros de Las Higueras, Achiras, Vicuña Mackenna, Las Vertientes, Coronel Moldes, más la Orquesta de Cámara de Río Cuarto, el Coro del Trento “Lago Rosso” que en gira por Argentina, vino desde Italia para deleitarnos con 30 voces masculinas.
¿Alguien puede olvidar aquella maravillosa interpretación de “Aquel Ramito de Flores” y hasta el mismísimo “Mille Volte Benedetta”? Asimismo una noche se presentó  el inolvidable Ildo Patriarca el gran artista de Alejandro Roca que tocó en una iglesia por primera vez con su inigualable acordeón.
El padre Miguel recuerda a los hermanos religiosos del “Tau Dúo” con piano y violín, al igual que la ejecutante norteamericana Rene Reeder en viola.
Los recuerdos de tanta presencia musical en la iglesia no se detienen y seguramente pueden quedar muchos más en un recuerdo improvisado. Lo cierto es que la música fue su pasión. Por eso un día de 1985 se animó a organizar el Coro La Consolata agrupación la que dirigió por un prolongado tiempo.
Momentos de trascendencia con todo lo que sea música se vivió en Córdoba cuando La Consolata Peregrina fue invitada al Palacio de la Legislatura. Además de una permanencia de varios días en ese icónico e histórico lugar, en el acto del 4 de septiembre de 2012, La Consolata Peregrina recibió los halagos de lo más granado de la música clásica de Córdoba Capital.  Varios coros y agrupaciones de toda índole homenajearon esta presencia celestial de la Madre del Consuelo sampachense en su paso por la ciudad capital de nuestra provincia y con todos los honores.