Fue una época inolvidable para el automovilismo nacional. Las gloriosas cupecitas del Turismo de Carretera, salían, despues de todo un año de competencias relativamente cortas, a correr los Grandes Premios de la República Argentina.

Las nuevas generaciones nada saben que, tras competir principalmente en circuitos de tierra de la provincia de Buenos Aires, parte de Santa Fé y muy poco de Córdoba, se armaban los excelentes equipos y finalmente el Gran Premio de Turismo recorría varias provincias «a fondo» y por etapas.

Loa abuelos recuerdan que cuando la noticia se daba a conocer sobre el recorrido del Gran Premio, muchos saltaban de alegría.

¡Van a pasar por acá!…y así era en efecto. Los auténticos ases del volante como les llamaban grandes relatores del automovilismo como Luis Elías Sojit, Alberto Hugo Cando y tantos otros, venían lanzados en plena competencia a todo lo que daban esos motores, por rutas nacionales que eran cortadas para el paso de las máquinas y nadie se quejaba.

Los Ford tenían el principal dominio de grandes ídolos como los hermanos Juan y Oscar Gálvez, los Chevrolet como el mismo Juan Manuel Fangio, Domingo Marimón, Charles Menditegui o la bandera del Dodge con el gran Marcos Ciani de Venado Tuerto. Hay una lista interminable de pilotos que escribieron una página inolvidable en el automovilismo artesanal. Uno de ellos fue Ricardo Rissatti, un muchacho de Laboulaye que trabajaba en el Taller Ford de Coronel Moldes y después del horario de trabajo como empleado, preparaba su Ford llegando a ser campeón argentino allá por 1938. Esos motores se preparaban en pequeños talleres a pura lima y torno. Hay una anécdota de los Hermanos Danta y Torcuato Emiliozzi uno de los últimos campeones de esa era, que superaron el récord de velocidad promedio de más de 210 kms/hora con un motor hecho por ellos mismos en su taller de Olavarría. Las cubiertas eran comunes (no existían las radiales), caja de tercera y volante a la derecha. Y así y todo esos autos volaban por el camino.

Y cuando llegaban las cupecitas escape libre, motores de preparación también libre, el estruendo de esos 4.000 cc. en V o en línea se escuchaba desde lejos y la figura del avión que transmitía las competencias, hasta le daba un toque de dramatismo a cada llegada.

Habría páginas y páginas para escribir sobre tan sacrificado deporte. Las cupecitas formaron parte de una legión de héroes que alguna vez hicieron las delicias de la gente en todo el pais. Las etapas eran de miles de kilómetros a fondo, para llegar al Parque Cerrado, reparar algo y mañana a seguir dándole para ganar la carrera.

Han transcurrido los años y aquellos que son mayorcitos recordarán con nostalgia el momento irresistible cuando en alguna radio se escuchaba «Atento el avión…vienen los punteros»..y el público se dividía en las marcas Ford, Chevrolet o Dodge como River, Boca, Racing o Independiente. Pero que importaba eso si los grandes pilotos siguen enterneciéndonos con sus recuerdos, de taco, punta y aceleradores a fondo.

«Lindo haber vivido para poderlo contar» (canción de Leonardo Favio).

Mingo Amaya

Uno de los auxilios asistiendo al venadense Marcos Ciani.
Esta máquina debe esperar que un tren de carga complete su paso.
Quien lo va a olvidar: El Gran Juancito Gálvez.
Llegando de un Gran Premio a Buenos Aires.
Cuanta historia junta en este Parque Cerrado del autódromo municipal de Buenos Aires allá por mediados de los años 50.