En pleno siglo XXI, cuando la medicina ha avanzado gigantescos pasos, cuesta creer que aún existan personas que se dedican a curar con solo una oración, una cinta, una cruz y algunas yerbas de las que abundan en las sierras. Pero ya no son muchos.

Aún hay padres que concurren al curandero/a para curar el empacho, los nervios, la ojeadura, la pata de cabra y la culebrilla.

Sin embargo la tradición no se detuvo. En poblaciones alejadas de la ciudad con centros sanitarios que a veces no cuentan con todos los medios suficientes para determinadas curas, ahí surge la figura del curandero que por lo general utiliza la fortaleza espiritual para curar esos males a los que la ciencia no ha llegado aún.

¿Alguien podrá olvidar las curas de la “Cholita” de Achiras, Doña Ingracia de Sampacho, Primo Galanzzini de Los Jagüeles, don Zanotti de Suco o Don Gramaglia de Coronel Moldes por mencionar solo algunos?.

Difícilmente no. Porque ellos marcaron una parte de esta historia pueblerina tejida en base a recomendaciones, pomadas, yuyos medicinales y mucha fe para rezar juntos alejando los males del cuerpo.

“Desde chico me sentí atraído por la Virgen del Carmen. En mi niñez no sé cuántos años fui a misa domingo tras domingo sin faltar una sola vez. Hasta que un día me di cuenta que con los escapularios de María Santísima podía curar. Y le puedo asegurar que muchos casos difíciles fueron curados, pero no soy yo, es el poder de Dios por la intercesión de su madre María quien hace el milagro de las curaciones”.

De este modo Moisés quien vive a 15 kilómetros de Río Cuarto explica cómo tarde tras tarde son muchas las personas que lo van a visitar. “Siempre terminamos rezando juntos”, dice con emoción.

De todo como en botica

Hay casos en que los médicos de pueblo solían decir a una mamá que tenía su bebé que no paraba de llorar. “Vaya hasta Doña María que le cure la ojeadura”.

Y en efecto, con solo tomar la cinta milagrosa, pasar la Cruz de Cristo por la frente del niño el bebé se calmó.

“Porque no le avisas a doña Josefina que me cure los nervios, me duele todo” era otra de las recomendaciones. Doña Josefina curaba los nervios con granos de maíz o trigo.

Ejemplos hay por cientos. En realidad muchos eran amplios conocedores de los yuyos curativos.

La yerba del Venado para el estómago, la barba de la piedra para las afecciones de la garganta, la carqueja para el hígado, el ajo con leche para los parásitos, el boldo para malestares estomacales y el cedrón para una infinidad de cosas.

Todo lo que antes era cuestión de dolencia física y ante la imposibilidad de viajar varias leguas para el médico, la curandera hacía su trabajo.¿Y cuánto es? Preguntaba un papá agradecido porque el niño había sido curado de la “Pata de Cabra”, «Nada señor, sólo su voluntad”.

Entonces el hombre que ya había ido precavido a la consulta, le deja una gallina, un zapallo italiano, un par de calabazas y una docena de huevos en señal de gratitud y pago al mismo tiempo.

“Mi abuela era un ser muy querido a tal punto que llegó a tener 138 ahijados, en su mayoría confiados a ella por alguna cura milagrosa que se hizo alguna vez”, recordó Teresa nieta de Doña Ingracia de Sampacho (su nombre real era Deogracia) pero era más fácil de pronunciar así. Pues bien esta abuela ya fallecida era visitada por vecinos de Monte de los Gauchos, Adelia María, Mackenna, Tosquita, La Carolina, Achiras, Moldes y Bulnes, tal el relato de Teresa.

“Pasa que la abuela era capaz de ubicar a los caballos que se perdían por un cañadón, curaba un campo de las plagas, cortaba las tormentas, un animal embichado, el empacho, y todo lo que se hacía antes”, recordó su nieta quien admiraba por la eficacia en la cartomancia.

“Difícilmente le erraba cuando tiraba las cartas, era única”.

¿Impotencia?

Un chacarero de la colonia de San Basilio concurrió a Doña Ingracia y en un idioma mezcla de castellano con italiano le consultó preocupado “…Con la vieca (vieja) no pasa nada, no tengo fuerzas”.

La abuela con la seguridad de quien sabía del tema le recomendó tomar infusiones de cola de quirquincho -hoy considerado el viagra criollo- para solucionar el problema de disfunción eréctil que padecía el hombre.

Al mes y medio volvió. “Y don Antonio?? como anda??”, preguntó doña Ingracia. “De lo ‘mecore’ me siento un toro”, respondió con alegría ya que al parecer su grave problema se había solucionado para agregar. “Pero lo que están contentos son los vecinos. Ante el desconcierto de Doña Ingracia por la respuesta, el Gringo acotó que el cazaba quirquinchos o peludos de su campo, sacaba la colita, la hervía y tomaba esa infusión y los restos del animalito se los entregaba a sus conocidos ya que es un muy sabroso para comer.

Dicen que la Doña Ingracia no le rompió la ilusión porque en realidad, ella había recomendado la planta “cola de quirquincho” tan común en las sierras de Córdoba y el hombre le entendió mal. Pero por una cuestión mental había recuperado su fortaleza sexual.

Arreglador de huesos

Don Gabriel Bori era un componedor de huesos. Criollazo el hombre tenía dos manos poderosas. Eran para arreglar los esquinces de los jugadores de aquellos tiempos en que no existían los kinesiólogos.

Sus métodos eran sin anestesia lo que a veces dolía un poco. Pero trabajaba en base a la conversación. Al paciente le iba preguntando sobre el partido, la jugada y cuando ya estaba distendido fuera del contexto de la dolencia, un movimiento preciso, un ¡crak!y el tobillo volvía a su lugar y el dolor terminaba de inmediato.

De los ritos

Estas personas que pueden curar, sostienen que con fe todo es posible.

Consultado al respecto el padre Miguel Hippermayer dijo haber conocido a muchas personas que podían curar en base a la fe. Y eso era considerado un don.

“Y cuando se reza para curar es bueno. San Pablo dijo quien pueda curar que cure y quien pueda enseñar que enseñe. Por eso la iglesia expresa algunos ritos que para un hombre común no creyente no tiene valor alguno, pero para el que cree en Dios, es bueno. Por eso se bendice, el aceite, la sal, el vinagre y el agua como símbolos de pureza espiritual.

De allí que muchos chacareros en otros tiempos cuando veían el cielo amenazante y por temor a la pedrea con sal bendecida marcaban con una cruz los cuatro extremos del campo en señal de protección a las cosechas.

Seguramente los amigos lectores sabrán mucho más de estos «milagreros» del pasado. Pero siempre es bueno recordarlos porque gracias a ellos, la vida seguía normalmente tras dejar atrás dolencias que realmente martirizaban.