Por  noviembre de 1875, el comandante del Fuerte de Santa Catalina escuchaba una a una las quejas de los inmigrantes italianos sobre la zona que les habían asignado el gobierno de don Nicolás Avellaneda allá por Payaquén cerca de Punta del Agua. Aguas salitrosas y duras imposibles de beber eran los argumentos de esos valientes italianos recién llegados de la antigua Europa.

Fue así que el jefe de la guarnición militar, formado en la vieja Europa decidió enviar un joven agrimensor también europeo unas 8 leguas y pico al suroeste de la Villa de la Concepción del río Cuarto bordeando la vía recién construida que iba para Villa Mercedes.

Allí cerca había un fuerte (El famoso San Fernando baluarte del Ejército con 73 hombres de custodia) .

Ya casi no había malones, pero los soldados eran el mejor argumento para cuidar a esas familias. El otro argumento eran las poderosas locomotoras de vapor que rodaban por esas vías tan nuevas echando humo y haciendo un ruido ensordecedor.

La consigna era encontrar un  lugar apto para estas 50 familias a las que sí o sí había que darles un lugar para colonizar y vivir. Solamente una estación férrea con plataforma al sur (del lado del hoy Pueblo Nuevo) se ubicaba como punto de referencia de ese lugar llamado «Sampacho».

Así, este técnico especialista en tierras,  llegó a un lugar  tan hermoso que se sintió cautivado. Un arroyo, agua dulce y buena, inagotable, el verde de sus orillas era una invitación a soñar, pero a este agrimensor lo que más le llamó la atención eran las protecciones naturales de dos extensas lomadas de importante altura tanto a lo largo del corredor sur, como en el noreste, como si esa gigantesca hondonada fuera un pequeño valle.

De inmediato regresó al fuerte que estaba cerca de donde hoy está Adelia María (no se había fundado aún)  para dar la novedad a su superior. Con una voz firme pero sin disimular su entusiasmo, declaró que allá cerca de dos cerros (de Suco y Chañaritos) estaba  “el lugar”.

 Buenas aguas para el crecimiento de los pastos y la semilla que esos gringos presurosos querían sembrar. Pero el agrimensor en su juventud, miró hacia un cielo de futuro.

“Señor“, le dijo al comandante. “Ese lugar es perfecto para crear un pueblo”.

Una comitiva de soldados con su comandante fue a conocer ese sitio de maravillas cercano al asentamiento del  Fortín San Fernando.

Sabedor de las defensas naturales en su vida militar, el comandante también lo advirtió. Una sobreelevación importante al sur para protección del “pampero”. Otra larga, extensa para los vientos del norte, un declive natural para que las aguas no hagan daño y un arroyo al que algunos viejos soldados del fortín llamaban ”sampacha”. (No está definido aún cual es el significado de esta denominación).

(El agrimensor tenía razón. Este lugar es ideal) reflexionó el militar para sus adentros.

Ese fue el puntapié inicial. En diciembre-enero llegaron los italianos y en ese sitio de ensueño comenzaron a “dibujar”  el plano de lo que iba a ser muy pronto el pueblo de Sampacho.

Las predicciones del agrimensor y el comandante del  fuerte  Santa Catalina fueron exactas. En días de tormenta cuando vienen bravas del sur esa gran elevación de roca roja elevaba los vientos malos. Igual si venía del norte en agosto o septiembre.

Pero nada podía ser perfecto. Ambos no sabían que esa gigantesca hondonada era el paso de una falla geológica que genera más de un temblor en la zona. Pero como en las grandes epopeyas siempre hay alguien que hace lo justo.

Un cura de Italia trajo años más tarde,  una bella virgencita de su ciudad turinesa. Y listo. Pueblo protegido desde el cielo, de los vientos, las tormentas y los sacudones de la tierra.

¿Cómo se llama ese lugar? Ah…si…Sampacho.

Fuentes. Algunos de los datos extraídos del Víctor Barrionuevo Imposti  “Album de recuerdos del Río Cuarto” tomo III. E “Historias de San Luis”.

(Mingo Amaya)