Creo que a esta historia ya la conté pero no vendrá mal por cuanto cada 11 de septiembre se revaloriza la labor y formación de los docentes para con los niños.

Cuando se inauguró este monumento en honor a Domingo Faustino Sarmiento y el bulevar de cordones de granito en Sampacho en septiembre de 1938, vinieron a Sampacho escuelas de todos lados.

La anécdota fue relatada por mi extinta madre ex alumna de la «Escuela Provincial» como la llamaban antes hoy Centro Educativo San Martín.

El 11 de septiembre de 1938 el día era bastante frío. Los preparativos por el monumento creado en honor a Sarmiento eran importantes. Dos plantas de roble custodiaban el busto del prócer. Los robles siguen estando hasta el día de hoy.

Mi madre me contó que bien temprano a bordo de un camión cubierto con una lona, llegó una delegación escolar.

«Son los niños de La Punilla» les avisaron. En efecto los chicos llegaban bien abrigados pero bastante cubiertos de tierra. Imagínense no había asfalto y por aquel entonces La Punilla quedaba muy lejos (por la lentitud para circular en esos caminos).

Las autoridades de la Escuela Provincial les facilitaron lo necesario para el aseo y que se sientan cómodos. Cuando estuvieron listos la escuela les proveyó de un desayuno.

Los «puntanitos» como les llamaban los chicos eran muy tímidos. A lo sumo respondían muy brevemente como se llamaba la escuela, de donde era y paremos de contar. Significaba alguna risita por allí que rápidamente las maestras se encargaban de neutralizar con una mirada severa.

Hasta que llegó el momento de ir al acto. Mi madre era muy buena alumna y como tal estaba en un lugar de privilegio como escolta. Todo bárbaro en el acto. Con palabras alusivas, himno y…¡desfile de instituciones educativas!.

Así fue que para el último, hizo su paso por el actual bulevar Sarmiento con calles de tierra, como invitada especial la escuelita de La Punilla San Luis. Y ahí estuvo la sorpresa. Los guardapolvos de blanco inmaculado y la concentración de los «puntanitos» eran admirables.

Trac…trac…trac se escuchaba. Venían desfilando del lado sur para pasar frente al palco oficial. Y mamá nostálgica relataba. «Eran como soldados, de fila de tres, perfectos, no tuvieron una falla. Casi como que teníamos vergüenza porque nosotros no desfilábamos así», me contó.

Primero fue el silencio, luego el aplauso espontáneo de la gran concurrencia y la delegación de la vecina localidad limítrofe se llevó el respeto y la admiración de todos.

Al mediodía el camión con los alumnos partía hacia su lugar de origen, pero a diferencia del frío recibimiento, hubo banderitas agitadas, abrazos, saludos y un ¡hasta pronto!, aunque muchos sabían que iba a ser difícil volver a verlos. Por eso el recuerdo de ese 11 de septiembre de 1938. Por los robles que hoy desafían el paso de los años y fueron testigos de ese día; por el hermoso monumento con el gran sanjuanino que hoy mira el declive de la calle Rivadavia y por el paso marcial, sincronizado, perfecto de los niños de la escuela de La Punilla.

Si…seguro que eran pequeños soldados. Como será que hoy a tantos años, los seguimos recordando.

Mingo Amaya.