Fue un acontecimiento de gran calidez, de pies cansados, pero de rostros sudorosos pero felices, de conjugar historias, retrotraerse cuatro siglos atrás, retornar a estos tiempos y revalorizar el valor de los jóvenes porque desde este pasado domingo desde la Capilla de Tegua se inicia el Año Diocesano de las Juventudes.
«Es gratificante ver a tantos jóvenes. Después de dos años de pandemia que a ellos (los chicos) les hizo mucho daño, es un tiempo de recomenzar con un año de muchas actividades».
El obispo diocesano Adolfo Uriona indicó que estas manifestaciones hacen mucho bien y al celebrar la procesión y misa al pie de este Monumento Histórico Nacional creado por los jesuitas, impartió la bendición a decenas de fieles que llegaron a pie, a caballo, en vehículos a rendir homenaje a la virgencita de Tegua.
El jefe diocesano estuvo acompañado por los sacerdotes Ignacio Amaya, Germán Treuz, Edgar Cattana, Roberto Galleano, Gerardo Meichtri, Pablo Pinamonti y el diácono Alberto Roselli.
«Se estima que esta imagen tiene cuatro siglos y es tanta la dulzura de su rostro que pareciera no han pasado los años», comento el diácono Alberto Roselli. Además hubo bendiciones con las reliquias del santo Cura Prochero y de Ceferino Namuncurá.
En efecto, en ese predio que hoy es cuidado y mantenido por la gente del lugar, se respira fe, devoción y mucha historia.
Los jóvenes caminaron desde Elena y Alcira Gigena por un camino bastante complicado. Pero ellos le agregaron las risas y el buen humor, vadearon el arroyo y llegaron cantando y haciendo palmas.
Hubo criollos que con sus cabalgaduras emularon a los gauchos de dos o tres siglos atrás. Esos criollos recibieron la bendición de las reliquias y el poncho del San José Gabriel Brochero el cura gaucho.
«Venimos de Río de los Sauces», dijo uno de los jinetes montado en un burro junto un grupo de paisanos cabalgando por el camino serrano hacia la capillita.
Una fiesta de campo
Este domingo fue una fiesta porque la familia del campo armó las ruedas de mate bajo añosos caldenes, espinillos y algarrobos, sumado a los bailes y guitarreros que desgranaban canciones folklóricas hasta caer la tarde.
Sobre el anochecer, las sierras se llamaron a silencio y una profunda paz invadió el lugar, pero quedó en el aire la sensación del deber cumplido. Ir a honrar a la milagrosa virgencita del Rosario de Tegua que al igual que allá por los años 1696 sigue siendo la reina de esos lugares.